mayo 17, 2007

El mejor del mundo.


Sano, fuerte, inteligente, cariñoso y muy guapo. Así veía yo a mi papá y no era la única, ahora entiendo por qué tantas niñas de la escuela me acompañaban a la salida, era sólo para verlo llegar por mi. Me sentía tan orgullosa.

Su virilidad no se inmutaba porque fuera él quien nos preparara el desayuno, el lunch y nos arreglara para llevarnos a la escuela.

Creo que no había momento más triste cuando era niña que verlo partir en la tarde a la oficina, y la vida se me iluminaba cuando oía el portón abrirse: bajaba corriendo las escaleras y me detenía en el último descanso de la escalera para lanzarme a sus brazos y llenarlo de besos.

Él sembró en mi el gusto por la poesía y la lectura. Cada noche se sentaba en mi cama y me leía poemas de mi abuelo hasta que me los aprendía completos.

Creo que él también se sentía orgulloso de mi.

Los fines de semana eran completos para nosotros, nos daba gusto en todo.

Los domingos futboleros eran una delicia. Despertar a las 7 de la mañana y preparar las bicis, los balones, para acompañarlo a jugar fut. Llegaba con su "público agradecido" al campo y salíamos por lo general con una sonrisa, algunos raspones y con buenos goles dedicados.

El mejor padre, esposo, hijo y amigo que ha llegado a este mundo.


Hoy pasamos tiempos muy difíciles, la enfermedad que llegó a su vida a los 17 comienza a hacerse presente con una fuerza destructiva y apabuyante.


Hoy estoy cara a cara ante la aplastante y desgarradora impotencia en todo su esplendor.